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La web es el opio del pueblo

«Quienes hablan el lenguaje de la verdad y los hechos son atacados y llamados mentirosos, traidores y propagadores de noticias falsas» (Hedges 2017)

 

El poder es conocimiento.

Antaño más que hoy, el poder residía en el conocimiento de los hechos, de la historia, de los acontecimientos presentes y pasados, de los personajes públicos, y una pequeña élite manejaba las palancas del conocimiento. Se mantenía al pueblo en la más absoluta ignorancia para poder dirigirlo maniobrando sus acciones, comportamientos y elecciones, que en condiciones de absoluta oscuridad, desconocía por completo. Se les impedía estudiar, leer y escuchar a los sabios. Había pocos libros y cuando existían, pocos eran capaces de consultarlos, y mucho menos de leerlos. Si un pobre hombre tenía dudas, que podían surgir de la observación de los fenómenos naturales y sociales que veía desarrollarse a su alrededor, se dirigía a los «sabios», muy a menudo los clérigos locales, que en casi todos los casos le respondían: «Esto es así, porque está escrito en la Biblia». Si intentaba legítimamente profundizar o plantear una pregunta sobre un tema que no se encontrara en los textos sagrados, la respuesta que recibía era: «No está en la Biblia, significa que no es importante saberlo». Y así, el poder iba de la mano del conocimiento, y ambos se transmitían en los círculos de un pequeño grupo de privilegiados, la cultura estaba en manos de unos pocos, y éstos hacían todo lo posible por mantener a las masas en una oscuridad total.

Entonces llegó la Revolución Científica y la condición de ignorancia casi absoluta empezó a disminuir gracias al impulso de hombres que, queriendo ir más allá de los caminos trazados hasta entonces, se empujaron a sí mismos a investigar más allá de los límites y barreras levantados por los prejuicios y las ideas preconcebidas. Había razones económicas detrás de este renovado impulso de búsqueda: el ansia de nuevas conquistas, de materias primas (preciosas y de otro tipo) y de recursos humanos útiles para el duro trabajo manual, de dominio en nuevos territorios inexplorados y de sus poblaciones; todo ello indujo a los poderosos a financiar estas exploraciones que abrieron el camino a excepcionales descubrimientos científicos, técnicos, geográficos y médicos.

Hoy, las cosas han cambiado.

He aquí la tasa mundial de alfabetización según el Informe sobre Desarrollo Humano.

Es cierto que en algunas bolsas del Sur Global, la gente todavía no sabe leer y no tiene los medios para dar a los niños acceso a la educación básica. Las tasas de abandono escolar son elevadas porque las familias, obligadas por su estado de extrema pobreza, envían a sus hijos a trabajar en el campo y en pequeñas manufacturas para producir ropa y/o objetos diversos a una edad muy temprana. Otro factor son las guerras que obligan a los refugiados a huir de sus tierras, lo que no permite a los niños sentarse en los pupitres de la escuela para ciclos constantes y regulares de estudio. 

 

En general, sin embargo, podemos decir que casi toda la población mundial sabe leer y escribir. La mayoría de los niños tienen acceso a la escuela obligatoria, las bibliotecas están abiertas a todos. Internet es una fuente inagotable de datos que se pueden consultar, estudiar, analizar. Podemos decir, con la debida distinción, que el conocimiento está al alcance de todos. 

Pero los poderosos siguen manteniendo una posición de dominio sobre las masas, de forma diferente a la descrita al principio de este artículo, quizá más artera que en los siglos que identificamos como Edad Media. 

En un momento histórico como el actual, en el que estamos inundados de información, en nuestros teléfonos inteligentes, en los ordenadores de casa y de la oficina, en la televisión, en la radio, la cuestión clave ya no es el acceso a la información, sino saber seleccionar la información real, genuina y saludable de la falsa e inútil.

Cuando estamos en el tren, en el autobús, en la parada, pero también en la calle, no vemos más que masas de autómatas aparentemente perdidos en sus propios pensamientos, en realidad hiperconectados a internet con sus herramientas tecnológicas gracias a las cuales escuchan música, ven vídeos, leen. A veces se me ocurre echar un vistazo a la pantalla del estudiante sentado en el tren a mi lado («pido disculpas por la invasión de la intimidad del incauto estudiante») y observar que está viendo un vídeo demente, o jugando a un videojuego, o hipnotizado por un vídeo de dulces perritos.

En su mayor parte, así es como aprovechamos la enorme masa de datos de que disponemos hoy en día: una cantidad de información basura que sólo sirve para desviarnos, distraernos y desviarnos de lo que es información válida y útil, que aumentaría nuestro bagaje cultural y nos ayudaría a comprendernos mejor a nosotros mismos y al mundo que nos rodea.

Si antaño se decía que la religión era el opio del pueblo, hoy podemos afirmar sin temor a equivocarnos que las redes sociales han ocupado su lugar para omnubilar las mentes y las conciencias de las personas.

Así que cuidado con lo que leemos, lo que escuchamos, lo que consultamos en la red. Siempre debemos tener una mente crítica dispuesta en cualquier circunstancia a preguntarnos: «¿Lo que leo es verdad o sólo un truco?».

 

Bibliografía y sitografía del artículo:

– Y. N. Harari, ’21 lecciones para el siglo XXI’, Bompiani, 2018.

– Informe sobre Desarrollo Humano 2014 | Informes sobre Desarrollo Humano (pnud.org)

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